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5 jul 2012

Es Malí todos los enemigos resultan amigos bajo la sharia y abusos contra mujeres

Con sus algo más de 14 millones habitantes malviviendo con una renta per cápita que apenas supera los dos euros diarios y unos efectivos militares que equivalen al número de kilómetros de fronteras (7.300) compartidas con siete Estados, Mali es caracterizado desde su independencia en 1959 como uno de los Estados más frágiles ubicados en el Sahel. Identificados como una minoría que no parece superar el 5-6% de la población total, los tuareg se han sentido tradicionalmente discriminados por Bamako (fueran los colonizadores franceses o los gobernantes locales) y en repetidas ocasiones se han levantado violentamente contra el poder central desde sus reductos en las regiones de Kidal, Gao y Tombuctú (donde suponen un tercio de la población de un territorio que globalmente abarca las dos terceras partes del territorio nacional).

En la más reciente de esas movilizaciones, iniciada en enero de este año, han aprovechado no solo la concentración en la capital de las limitadas y escasamente operativas fuerzas armadas- para hacer frente al golpe de Estado promovido el 21 de marzo contra el presidente Amadou Toumani Touré, bajo el liderazgo del capitán Hamadou Haya Sanogo-, sino también una crecida capacidad militar derivada de su participación en la crisis libia- donde actuaron en apoyo del defenestrado Gadafi. Desde entonces han logrado mantener sus posiciones y hasta materializar de facto la secesión del país, con la proclamación de Azawad como Estado independiente (rechazado por la comunidad internacional).


En los intentos por poner fin al problema, la CEDEAO (Comunidad Económica de Estados del África Occidental) ha venido ejerciendo un cierto protagonismo, en un juego que combina la acción diplomática con la presión militar y el establecimiento de alianzas todavía difusas que pretenden resolver el problema sin necesidad de implicarse directamente en el campo de batalla. Así, en el primer terreno, se acaba de convocar una minicumbre subregional para el próximo día 7 que pretende convencer a los actores enfrentados de la necesidad de resolver pacíficamente las diferencias, evitando la secesión definitiva del país. Con esa misma idea, el pasado día 2 tomó la decisión de enviar de inmediato 3.000 efectivos militares a Mali con el fin de apoyar el proceso de transición política todavía en ciernes.
En cuanto a las posibles alianzas, ése es precisamente el punto que genera mayor recelo.

Aunque es imposible reducir la enorme diversidad de actores que se identifican bajo el concepto de rebeldes (desde contrabandistas y criminales de todo tipo hasta yihadistas, mercenarios, desertores de las fuerzas armadas, nacionalistas tuareg y líderes tribales), la línea divisoria más precisa que hoy define la situación en el norte del país es la que separa a los grupos seculares– con el Movimiento Nacional por la Liberación del Azawad (MNLA)- de los de perfil islamista/yihadista- con Ansar Eddine y el Movimiento por la Unidad y la Yihad en África Occidental como los principales.

El primero, liderado desde octubre pasado por Bilal Ag Acherif (hoy recuperándose de sus heridas en suelo de Burkina Faso), cuenta con unos 1.000 combatientes y plantea abiertamente una secesión. El segundo- con Iyad Ag Ghali a la cabeza, desde su base principal en la zona de Tombuctú- y el tercero- ligado a Al Qaeda para el Magreb Islámico- parecen estar incrementando su colaboración sobre el terreno. Así se deduce, por ejemplo, de un comunicado emitido el pasado 28 de junio, por el que ambos dicen tener las tres regiones del norte bajo su control.


En función de los últimos movimientos, podría estar concretándose una dinámica, impulsada por la CEDEAO (y por actores extraregionales como EE UU y Francia, inquietos por lo que prefieren leer únicamente en clave terrorista), para convertir al MNLA en el instrumento para evitar la consolidación de los dos citados grupos yihadistas.

Esto supondría optar por una táctica cortoplacista, que prefiere olvidar que el MNLA es un movimiento secesionista y, por tanto, una seria amenaza a la unidad del país. Guiados por el viejo lema de que “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”, además de alimentar a un actor que puede terminar por generar mañana muchos más problemas, este enfoque también muestra la falta de voluntad de la comunidad internacional y de las organizaciones africanas por implicarse más directamente en la búsqueda de soluciones. Veremos.

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