Los fundamentalistas islámicos del norte de Malí, cuna del “blues”, prohíben la música. El país se parte en dos y muchos artistas toman el camino del exilio y en Bamako, la capital, se cierran locales de música en vivo y los estudios languidecen.
Afel Bocoum, cantante y guitarrista, vive desde hace unos meses como un refugiado en Bamako. Dejó su casa de Niafunké, en el norte de Malí cuando los grupos islamistas próximos a Al Qaeda tomaron el poder en la zona, tras la declaración de independencia de los tuareg.
Su aldea, al lado del río Níger, donde también vivía la familia del mítico Ali Farka Toure se ha convertido ahora en un pueblo fantasma. Ambos forman parte de las más de 80.000 personas que han recurrido al éxodo interno y se han refugiado en la capital del país, huyendo de la sharía, ley islámica que, entre otros vetos, prohíbe la música. Y con ellos se esfuma también el Festival del Desierto que se celebraba en Essakane a dos horas de Tombuctú.
No es Malí un país donde viajar resulte fácil. Carreteras de tierra roja atraviesan las aldeas y por los caminos se mueven mujeres o niñas cargadas con leña o agua que recogen, a veces, a kilómetros de distancia. En esos caminos la distancia se mide por días de viaje. La relación norte-sur nunca ha sido sencilla. Los deseos de independencia de los tuaregs, que quedaron marginados por el poder central, nunca fueron bien vistos en el resto del país, pero nadie esperaba que el territorio quedara partido.
A la rebelión armada tuareg le siguió un golpe de estado para derrocar al presidente constitucional. Los militares dejaron las calles en silencio en los primeros momentos, pero la situación para los malienses se ha ido normalizando. Nick Gold, responsable de World Circuit y el productor que puso las músicas del mundo en el mapa, califica la situación de “dramática” aunque reconoce que la diferencia entre el norte y el sur es abismal. “La situación política ha hecho muy difícil la vida de las personas, incluidos los músicos y sus invitados”. Como productor de Ali Farka Toure conoce de primera mano las penurias que han pasado sus hijos. Todos han escapado a Bamako y las noticias que llegan de Niafunké son desoladoras. Hasta el plan de regadío, financiado por el mítico guitarrista, que permitía la llegada de agua a la aldea, ha sido destruido por “los barbudos”.
En Malí, uno de los países más pobres del mundo, la música forma parte de la vida espiritual de sus habitantes. Los griots transmiten oralmente la cultura y su opinión cuenta con cierto prestigio social. En apenas 600 kilómetros, los que van de Mopti a Bamako, se pasa del infierno al llamémosle ¡purgatorio!. Bamako era la capital africana donde más y mejor música en vivo se podía escuchar.
Convertida en punto de encuentro de músicos, productores y managers, llegados de todo el mundo en busca de nuevos talentos, no era raro escuchar a Toumani Diabate tocando la kora una noche cualquiera en el Blonba, uno de los clubs en los que se reunía la burguesía y que ahora se ha cerrado. Hace apenas tres años, la etnomusicóloga Lucy Durán y directora del programa Routes de la BBC, pasó seis semanas en Bamako. “Salí cada noche para escuchar música en diferentes locales y el nivel era muy alto”. Viajar ahora a la capital maliense se ha convertido en una aventura, los gobiernos occidentales desaconsejan viajar a la zona ante el grave peligro de secuestro.
La música cuenta cada vez con menos espacio para llegar a los ciudadanos. Se han cerrado locales de música en vivo y los estudios de grabación apenas funcionan, pero todavía se escuchan orquestas en directo y se han autorizado las Sunun, fiestas de celebración de las bodas que invaden las calles los fines de semana y con las que se ganan la vida muchos músicos.
Discos como el de Brothers in Bamako, una colaboración de Habib Koite y Eric Bibb que se publica ahora, no será fácil que se repitan en un tiempo. Salif Keita vive entre París y Bamako, pero Rokia Traoré que pensaba instalarse en la capital seguirá viviendo en Francia.
Luis Sánchez-Vellisco, encargado de asuntos culturales de la embajada de España en Bamako, cuenta que en todos los conciertos a los que ha acudido tras el golpe de estado todos los artistas han hecho un llamamiento por la paz y cantantes consagradas como Oumu Sangaré aprovechan sus actuaciones en el extranjero para denunciar la difícil situación de las mujeres de su país.
Recién llegada a Londres, tras participar en African Express, un tren que ha recorrido con 80 músicos algunas ciudades de Reino Unido y en el que se ha reencontrado con músicos malienses, Durán incide en la cruda realidad: “Son conscientes que la situación no se va a recuperar en años”. Sumidos en la desesperación algunos artistas ya han iniciado una reconversión. Es el caso de un balafonista que ha invertido todos sus ahorros en una máquina que detecta el oro.
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