Si la vagina pudiese marcarse un monólogo, quizá se
desenredaría por fin la madeja que enmaraña a los científicos en sus
coloquios cuando, tras horas de estudio y dialéctica, nos sirven
aperitivos como este: “Hacer el amor con las medias puestas facilita el
orgasmo”.
Es lo que tiene tratar de encontrar la lógica del orgasmo: casualmente uno topa con algo inesperado. Pero si esto lo afirma un científico de la talla de Gert Holstege, de la Universidad de Groningen,
Países Bajos, que intentaba descifrar el cerebro de una mujer mientras
finge un orgasmo, cómo poner reparos a sus conclusiones. En realidad, el
escáner le devolvió alguna sorpresa más.
La más significativa, que a la mujer a veces le cuesta el orgasmo porque no llega a desactivar su hemisferio cerebral izquierdo:
no deja que sus pensamientos fluyan libremente. Esto explicaría en
parte por qué el 18-20% de la población femenina mundial sufre
desórdenes de este tipo. Lo de las medias es porque, al parecer, con los
pies calientes y buena temperatura corporal, las posibilidades de
alcanzar el clímax son hasta un 30% más altas.
Recientemente, un
grupo de científicos quiso exponer la radiografía más actual y completa
sobre el orgasmo y, sobre todo, tratar de resolver si clítoris y vagina,
el dúo causante del alboroto, monta tanto, tanto monta. Sin que pueda
trazarse una línea divisoria entre estas dos regiones, parece que la
estimulación por separado de cada una provoca orgasmos que, además de
ser descritos de manera diferente por la mujer, activan el cerebro de
manera desigual, lo que sugiere que una cosa son los orgasmos vaginales y otra los clitorianos. Emmanuele Janini, profesora de Endocrinología de la Universidad de L’Aquila (Italia), contribuyó con una serie de ensayos publicados en Journal of Sexual Medicine. En la misma publicación, la ginecóloga francesa Odile Buisson refutaba su teoría: es poco probable estimular la vagina sin activar instantáneamente el clítoris;
ambas zonas están vinculadas. Algunos trabajos muy interesantes llegan
de los laboratorios del psicólogo Barry Komisaruk, de la Universidad de Rutgers,
Nueva Jersey, donde se ha escaneado con resonancia magnética funcional
el cerebro de más de 200 mujeres mientras se masturbaban.
Y sí,
las imágenes no dejan lugar a dudas: “Si la estimulación vaginal
funciona estimulando el clítoris, entonces debería activarse el mismo
lugar de la corteza sensorial”. Pero no, las áreas del cerebro
vinculadas con la estimulación del clítoris se solapan ligeramente con
las zonas activas al estimular el cérvix y la vagina; como “en un racimo
de uvas”, describe Komisaruk en sus informes.
De momento, sus
investigaciones han identificado hasta treinta zonas del cerebro que se
activan durante el orgasmo, con reacciones diferentes según cuál sea la
zona que se estimule: el clítoris, la vagina o el cuello del útero.
Una
cosa hay en común: la mayoría está vinculada con el tacto, la memoria,
el placer y el dolor. Si fisiológicamente el orgasmo es casi una
respuesta mecánica a un estímulo, un reflejo (quizá más complejo que los
demás), ¿por qué tanta expectación para la ciencia y para el hombre de la calle? ¿No
debería ser algo bastante más sencillo que, por ejemplo, el amor? Pues
no. El orgasmo es uno de los procesos biológicos más complicados y una
de las sensaciones más difíciles de descifrar. Una de las razones de su
incomprensión radica en el hecho de que involucra tanto al cuerpo como
al cerebro, y a sus aparatos genital y neurológico.
La psicóloga
valenciana Raquel Valero lo explica: “El circuito orgásmico incluye
fenómenos debidos a reacciones vasculares y musculares que obedecen a
órdenes neurológicas del sistema límbico y acentúan su complejidad”.
Primero una caricia que enciende una región del córtex sensorial y
rápidamente la señal se propaga hacia el sistema límbico, vinculado con
emociones, comportamiento y memoria. En el clímax, casi todo el cerebro
abrasa.
En la mujer, el máximo placer está condicionado por la mente, necesita sincronizar orgasmo y emociones.
“Ella tiene que sentirse bien para disfrutar. Para el hombre es una
forma de comunicar sentimientos y arreglar situaciones”, matiza la
psicóloga Laia Giménez, del centro Isep Clínic,
de Barcelona. Giménez lamenta que el orgasmo se trivialice, obviando a
veces la relación afectiva. Igual que en teatro siempre sobra la nariz
de Hamlet –o eso decía Hamlet–, en el sexo mortifica el orgasmo mismo,
el afán por convertirlo en único propósito.
Todavía, como advierte
Julia Heiman, directora del Instituto Kinsey: “La cantidad de
especulación frente a los datos reales es notable”. Barry Komisaruk
concluye con un hecho irrefutable: “no hay mejor orgasmo que el que combina lujuria y amor”.
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