2 nov 2012

Hungría | Se abre la batalla por la tierra (Le Monde, Paris)

Nos encontramos ante un pórtico blanco de gran altura con una reja flamante: podríamos pensar que estamos a la entrada de un domino del mítico clan Ewing, en Texas. Pero el timbre, fabricado en Florencia, revela que el antiguo pabellón de caza de los condes Széchenyi, al suroeste de Hungría, pertenece a Carlo Benetton, de la dinastía italiana del sector textil. Además de ser propietario de inmensos terrenos en Argentina, aquí explota 7.000 hectáreas en las que se cultiva maíz, trigo y álamos.

"La gente llama al castillo 'Dallas'", comenta sonriendo Harri Sitos, secretario municipal de Görgeteg, al sur del lago Balaton. En cuanto al pueblo de 1.200 habitantes, rodeado con alambradas que protegen los terrenos de caza, algunos lo han apodado "Alcatraz", como la antigua cárcel estadounidense: en este municipio, la tasa de desempleo es del 50 % y no hay mucha esperanza de encontrar empleo, excepto en la seguridad de los terrenos.

Hungría no tiene petróleo. Pero posee terrenos cultivables (más de 5 millones de hectáreas) que agudizan el apetito por ellos. Porque la prohibición de compra impuesta desde 1994 a todos los extranjeros en Hungría y prolongada tras la adhesión del país a la Unión Europea en 2004, en principio acabaría en mayo de 2014. Al menos, según las previsiones de Bruselas.

Por eso se ha emprendido una carrera para que esta fuente de riqueza se quede lo máximo posible en manos húngaras. La nueva ley agraria, adoptada en julio por iniciativa del Gobierno conservador de Viktor Orbán, impide a los extranjeros adquirir en un futuro terrenos agrícolas y declara nulos los contratos firmados en previsión de la apertura del mercado.

"Todos los expertos dicen que Hungría tiene un gran potencial", recuerda Peter Roszik, presidente de la cámara agrícola de Györ-Moson-Sopron, al borde de la frontera austriaca. "Nuestras tierras tienen fama y hay de seis a ocho veces más candidatos que lotes disponibles".

Tampoco hay mucho que distribuir, excepto el medio millón de hectáreas cultivables del sector público y que el partido gobernante Fidesz había prometido durante la campaña legislativa de 2010 que reservaría a las explotaciones familiares.

Actualmente, aumenta la tensión entre los pequeños campesinos húngaros, que no disponen de créditos, y los "oligarcas", en muchos casos cercanos a Viktor Orbán, que se han beneficiado de las recientes adjudicaciones de terrenos (unas 100.000 hectáreas) que el Estado les alquila a bajo precio durante veinte años.

Estos terrenos valen oro, literalmente: "En Hungría, la tierra siempre se valora en las actas notariales en coronas de oro de la emperatriz María Teresa".

El secretario de Estado de Agricultura, Jozsef Angyan, paladín de la causa de los pequeños agricultores, dimitió a finales de enero por fracasar en su protesta contra este favoritismo. Desde entones, Jozsef Angyan, que sigue siendo diputado conservador, no ha dejado de publicar las cifras que demuestran que los "barones verdes" o "naranjas", el color del Fidesz, se están llevando los mejores terrenos.

La agricultura es un negocio excelente, gracias a las subvenciones europeas de unos 200 euros por hectárea y por la exención, durante al menos cinco años, del impuesto sobre los beneficios de las explotaciones. Los abusadores se embolsan así hasta 75 millones de florines [cerca de 264.000 euros] al año por 1.000 hectáreas.

Si los extranjeros pudieran invertir lo que quisieran, el precio de los terrenos aumentaría, pero su rendimiento sería menos rentable: esa es "la verdad prosaica que se oculta tras este celo nacionalista", analiza el jurista austriaco Peter Hilpold en el diario Die Presse.

Los medios de comunicación húngaros señalan que el 58 % de los diputados que ocupan escaños en el Parlamento de Budapest poseen terrenos, en la mayoría de los casos arrendados a terceros. Jozsef Angyan advierte de que el atractivo de la especulación de los terrenos es tal, que Hungría corre el riesgo de parecerse en breve a una "república bananera", con alambradas de espino y guardias armados para contener la criminalidad galopante. Un síntoma del deterioro del ambiente es que se han empezado a ver ocupaciones puntuales de terrenos.

"Esto es como Latinoamérica", comenta en Görgeteg Ander Balazs, representante departamental del partido de extrema derecha Jobbik, la tercera fuerza parlamentaria. Ander Balazs se unió a un grupo de militantes dispuestos a desmontar el pórtico de una de las propiedades de Carlo Benetton.

Pero ¿por qué poner en el punto de mira a Benetton, que adquirió los terrenos de forma legal, al principio de los años noventa, antes de alquilarlos a la antigua cooperativa comunista? "Porque son italianos y no húngaros", replica Enikö Hegedüs, diputada del Jobbik, que ha acudido como refuerzo a Görgeteg.

Las mismas autoridades de Budapest han actuado de forma xenófoba, al anunciar la anulación de los contratos dudosos. "Algunos de esos contratos", explica a Le Monde Gyula Budai, actual secretario de Estado para la Agricultura, "se registraron ante un notario o un abogado. Pero sin fecha, a la espera de que acabara la moratoria". Entonces sólo habría que completarlos e inscribir el nombre del nuevo propietario en el catastro.

El objetivo son los italianos, los belgas, los alemanes, los eslovacos y sobre todos los austriacos: según estiman las autoridades, sólo ellos controlarían 2 millones de hectáreas en terreno húngaro. En realidad, son diez veces menos, responde el agregado agrícola austriaco en Budapest, Ernst Zimmerl.

Por los caminos de Görgeteg, Harri Sitos desvela los discretos pactos que dan que hablar en los campos húngaros: aquí, hay 50 hectáreas de la sociedad forestal del Estado, puesta a disposición de un "oligarca" con contactos, gratuitamente; allí, un terreno reservado en principio a la caza, sembrado con maíz. "Esto no figura en ningún catastro ni en ningún producto interior bruto", señala. "Comparado con esto, los Benetton actúan con total legalidad".


Fuente: PressEurop

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