El "ángel guardián" de estas pacientes se llama Denis Mukwege, un ginecólogo que fundó en 1999 el Hospital Panzi en Bukavu, capital de la provincia de Kivu del Sur (este de la República Democrática del Congo, RDC), y cuya defensa de los derechos de las congoleñas le ha valido dos veces la candidatura al Premio Nobel de la Paz.
"Este es un hospital general, pero la mitad de nuestras camas [unas 300] están dedicadas a mujeres violadas", comenta Mukwege, embutido en su inseparable bata blanca, quien ha tratado a "más de 35.000 mujeres" desde la creación del centro médico.
Bukavu, ciudad de más de 700.000 habitantes levantada sobre cinco penínsulas asomadas al lago Kivu, fue establecida en 1901 por las autoridades coloniales belgas, que la llamaron la "Suiza de África" por sus pintorescos paisajes.
Agotados hace tiempo aquellos días de dominio colonial, la larga sombra de la Segunda Guerra del Congo (1998-2003), considerada la "guerra mundial de África" porque implicó a nueve países y más de veinte grupos armados, planea hoy sobre la ciudad.
Soldados del Ejército congoleño con fusiles y ristras de balas colgadas del cuello patrullan ahora Bukavu, cuyas agujereadas calles también soportan el incesante tránsito de vehículos de la MONUSCO, la mayor fuerza de paz de la ONU, con hasta 22.000 militares.
No lejos de las verdes colinas de la "Suiza de África", grupos rebeldes armados -ruandeses, congoleños y ugandeses- ocultos en la selva y el Ejército mantienen encendido un conflicto que, entre sus víctimas, suele ensañarse con las mujeres.
Entre 200.000 y 300.000 congoleñas han sido violadas desde el comienzo de la guerra, particularmente en el Congo oriental, según cálculos de la ONU, que ha calificado este país como "el peor lugar del mundo para ser mujer".
Muchas de esas congoleñas han podido recomponer sus vidas rotas en el Hospital Panzi, que se alza en las colinas de un suburbio de Bukavu y está tan limpio y organizado, que parece un barco inmaculado a la deriva en el mar de miseria que cubre la zona.
La mayoría de las violaciones sufridas por las pacientes -dice Mukwege- "fueron obra de grupos rebeldes y el Ejército", pues la agresión sexual "se usa como un arma de guerra en el conflicto", aunque últimamente "la violencia doméstica está creciendo".
"Las mujeres que son violadas por grupos armados no solo sufren la violación, sino que también son torturadas", precisa el doctor congoleño, hijo de un pastor de la Iglesia Pentecostal que estudió la carrera de Medicina en Burundi y amplió estudios en Francia.
El médico, de 57 años, intenta curar en el hospital a mujeres que caen en sus brazos destrozadas física y psicológicamente.
"Casi todas las lesiones" -explica- "provocan un desangramiento y afectan al útero, la vagina y el recto. A veces, la vagina queda realmente dañada y debemos reconstruirla. Hacemos lo que podemos para que (las mujeres violadas) vuelvan a llevar una vida normal".
"Antes de cualquier operación quirúrgica -prosigue-, lo primero que hay que hacer es ayudar a las mujeres psicológicamente, porque la mayoría llegan aquí tan deprimidas y traumatizadas, que no se puede iniciar ningún tratamiento sin darles un apoyo psicológico".
"La mayoría de estas mujeres son muy jóvenes", añade el doctor, que practica hasta diez operaciones diarias.
Mukwege conoce bien el horror de la guerra, pues tuvo que dejar el Hospital de Lemera (Kivu del Sur), tras ser destruido el 6 de octubre de 1996 en un ataque que precedió a la Primera Guerra del Congo (1996-1997), que derrocó al dictador Mobutu Sésé Seko.
"Aquí"-subraya- "afrontamos las consecuencias de la guerra. Y esta situación es muy mala porque la población civil está pagando un precio muy alto. Lo único que puede ayudar es la paz. Y la paz no puede alcanzarse sin una solución política".
"La solución no está en el hospital. Aquí solo nos hacemos cargo de las consecuencias" del conflicto, insiste el ginecólogo.
Pese a haber sido candidato al Premio Nobel de la Paz y recibir numerosos galardones, el doctor no se cree un héroe por haber salvado a tantas congoleñas.
"Sólo hago" -argumenta, con modestia- "lo que tengo que hacer. Como ser humano, no puedo entender que no se actúe en esta situación. No siento que esté haciendo nada especial".
Preguntado si aún queda esperanza para las mujeres en la RDC, Denis Mukwege responde, sin titubear, con una amplia sonrisa: "Ellas son muy fuertes. No me cabe la menor duda de que si los hombres no hacen nada, las mujeres lo harán...".
-- wwwformy vía Ipad
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