11 oct 2012

El Lazca: se busca cadáver en buen estado


Octubre mes beisbolero, mes de la Serie Mundial. Por la polvorienta carretera que comunica Sabinas con Progreso, Coahuila, iban, a bordo de una camioneta Ford Ranger blanca, doble cabina, Heriberto Lazcano Lazcano, su escolta-chofer Mario Alberto Rodríguez y, ahora lo sabemos, una persona más no identificada. Hablaban de los deportes que más gustan a los mafiosos: el basquetbol, porque hay violación; el tenis, por aquello de la muerte súbita, y el beisbol, donde se pueden robar las bases. (Hablar de futbol no deja de ser de mal gusto por el ineludible tema de los penales. El boliche lo consideran exclusivo de los políticos porque se trata de tirarle a Los Pinos).


Metros adelante en el terroso diamante de un precario estadio, la novena local se enfrentaba a un equipo del municipio de Juárez. Ávido de presenciar el rey de los deportes, aunque fuera en una versión sucedánea Sabedor de la imposibilidad de asistir al Clásico de Otoño, en fase de playoffs aún no se definen los finalistas. Como quien suple el champagne con cualquier aguardiente así, el jefe de Los Zetas, El Lazca, le pidió a su chofer estacionara la troca para ver el beisbol de petatiux.

Coahuila, estado caliente. Un poco por el clima que se niega a recibir el otoño. Otro tanto por el crimen de Ciudad Acuña que enlutó a la familia Moreira Rodríguez. Otro factor de influencia calórica es que unos días antes fue aprehendido Salvador Alfonso Martínez Escobedo, La Ardilla, lugarteniente de Los Zetas en Nuevo Laredo y responsable de la fuga de 132 reos del penal de Piedras Negras, situado en la misma entidad.

En fin, que en una región de clima peligrosamente infernal como la coahuilense, si yo fuera el mero jefe de Los Zetas no pararía para ver un juego de beisbol ni aunque jugaran juntos: Babe Ruth, Joe Di Maggio, Ted Williams, Lou Gehring, Roger Maris y Mickey Mantle. Ya lo dijo Yogy Berra, filósofo del beisbol: “Hay que ir con mucho cuidado si uno no sabe dónde va, porque podría no llegar”.

Tres strikes

Tal vez fiel al refrán ranchero que a la letra establece: “No hay camino más seguro que el recién asaltado”, el delincuente cuyo cadáver hasta este momento anda errante o, cuando menos, eso nos han hecho creer, pensó que ya eran demasiados los sucesos de nota roja en el estado norteño como para que hubiera uno más. Por eso se le hizo fácil detenerse a ver el beisbol.

No contaba con que -según la versión oficial- a los espectadores del juego les pareció rara la presencia del vehículo donde venían el capo y dos personas más, los cuales, al parecer, sacaron armas largas -no se sabe si para apoyar a alguno de los equipos contendientes, para amagar al umpire principal o, únicamente, para que los aficionados locales se percataran de que los visitantes eran de armas tomar. La cuestión fue que los fanáticos al rey de los deportes avisaron a las autoridades de la concurrencia de hombres armados en su estadio.

(Existen versiones que hablan de un probable pitazo producto de la venganza por lo ocurrido con el sobrino del Gobernador. No cabe duda de que quienes se atreven a hacer conjeturas en las que se mezclan las cuestiones de gobierno con acciones delincuenciales no conocen la impoluta manera de actuar de nuestras autoridades).

A la 1 de la tarde del domingo, el beisbol fue violentamente interrumpido cuando llegaron los elementos de la Secretaria de Marina Armada de México quienes, según las fuentes, no sabían que uno de los personajes a los que se enfrentaban era el mero picudo de Los Zetas.

Fueron seis los infantes de fuerzas regulares de la Primera Zona Naval a bordo de una camioneta quienes se enfrentaron a Rodríguez y a Lazcano.

Éste logró bajarse de su vehículo con un rifle de asalto AR-15 que traía acondicionado con un dispositivo lanzagranadas. Alcanzó a disparar uno de estos proyectiles e hirió a un marino.

El Lazca que recibió tres tiros -strikes- y su chofer-escolta Mario Alberto Rodríguez quedaron muertos junto a su camioneta.

(Al escribir esta columna, hoy miércoles, se supo que el capo iba acompañado de una persona más, la cual, al decir del vocero de la Secretaría de Marina, vicealmirante José Luis Vergara, salió ileso de la reyerta, huyendo entre la maleza. ¡Safe!, cantó el umpire).

El tamaño sí importa

Fue hasta el lunes por la noche que la Secretaría de Marina Armada de México y la Procuraduría General de Justicia del Estado de Coahuila confirmaron que los dos sujetos abatidos en el tiroteo del domingo eran Mario Alberto Rodríguez y Heriberto Lazcano Lazcano, El Lazca, El Verdugo o El Z-3. Para entonces ya ambos cuerpos habían sido sustraídos de la Funeraria García de Sabinas, Coahuila, por un comando que embozado entró al velatorio, amagó al personal y entre la 1:00 y la 1:30 de la madrugada del lunes, se llevaron los cadáveres en la carroza del negocio de pompas fúnebres manejada por el propietario del mismo, quien regresó al establecimiento a las 8:05 del mismo día. Sin que hasta el momento ningún medio, ni autoridad alguna lo haya interrogado sobre lo qué hizo en casi siete horas. ¿Adónde lo llevaron? ¿Qué pasó con los muertos?
La Armada informó: “Una búsqueda en las bases de datos dactilares de los dedos pulgar, índice y medio, tomados de la mano derecha del occiso, convalidaban que se trata de Lazcano, nacido en 1975 y que medía.

1 metro con 60 centímetros”. Sin embargo, la información difundida no coincide con los datos en poder de la Agencia Antidrogas de Estados Unidos (DEA), la cual sostiene en la página de Internet de su delegación en Houston, Texas, que Lazcano nació en 1974 y medía 1 metro con 76 centímetros.

Un año más o uno menos no importa tanto, además es difícil de certificar fisiológicamente con exactitud esta diferencia de edades. Pero 16 centímetros de más son muchos, así sean éstos nada más de estatura.

La recompensa

En busca de una lógica al robo de los cadáveres se me ocurre que ésta puede estar en la recompensa de 30 millones de pesos ofrecida en México o 5 millones de dólares en Estados Unidos por Heriberto Lazcano vivo o muerto. Ya leímos la información de que los que lo eliminaron no sabían de quien se trataba. De haberlo sabido ya parece que lo hubieran enfrentado. Sin embargo, una vez identificado el cuerpo reflexionaron y decidieron que la única forma de cobrar el premio era recuperando los despojos mortales del malandrín, darles una manita de gato, una buena embalsamada y ofrecerlo a las autoridades correspondientes, como recién agarrado, a cambio del efectivo. Promesas son promesas.

Ahora bien, si se considera que la diferencia entre 30 millones de pesos y 5 millones de dólares, aún con la moneda mexicana a 13 por dólar es bastante notoria, no es ninguna mala idea para los ladrones de cadáveres recurrir a los servicios de un buen taxidermista y un mejor pollero; el primero para que le haga un trabajo de identidad duradera y el segundo para que pase la pieza al lado estadounidense por el mejor lugar posible, por donde menos se maltrate, para así poder cobrar, por lo que quede del buscado delincuente, nada más y nada menos que 65 millones de pesos.

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