La desesperación de los militares frente a la fuerza de la rebelión tuareg ha derivado en un golpe de Estado en Malí. Los soldados, precariamente armados -y en muchas ocasiones escasos de provisiones-, luchan desde el pasado 17 de enero en el inhóspito norte del país para frenar -sin éxito- el avance de los nómadas independentistas.
El conflicto tuareg se remonta a los años sesenta -cuando se independizaron los países de la zona- pero se ha reforzado este año por el regreso de centenares de combatientes nómadas que habían trabajado en Libia para el depuesto coronel Muamar el Gadafi. Los milicianos, ahora desocupados, han vuelto a su tierra cargados de armamento de los arsenales de Gadafi y dispuestos a batirse por la región de Azawad (el norte de Malí), la cuna de los hombres azules.
“La rebelión empezó con mucha fuerza en enero. Al ritmo que comenzaron a tomar ciudades, en poco tiempo habrían controlado el país entero”, señala Manuel Manrique, investigador y experto en África del think tank FRIDE. Al empuje de las primeras semanas siguió, no obstante, la división entre los independentistas tuaregs.
El Movimiento Nacional de Liberación de Azawad (MNLA), el frente más amplio de la rebelión, se ha esforzado el último mes en diferenciarse del grupo salafista Ansar Dine, próximo a los terroristas de Al Qaeda que se lucran gracias a secuestros, al tráfico de drogas, armas y personas en el Sáhara y el Sahel. Mientras los salafistas controlan gran parte del nordeste de Malí (cerca de las fronteras de Níger y Argelia), el nacionalista y laico MNLA queda relegado al noroeste. “Ahora puede que los tuaregs lleguen a punto muerto”, asegura Manrique.
Los nómadas son, además, víctimas de su propia rebelión. Más de 161.000 personas, según la ONU, han tenido que abandonar sus hogares en el norte del país por miedo al fuego cruzado y por la crisis alimentaria que sufre la franja del Sahel. Alrededor del 90% de los refugiados por el conflicto son de etnia tuareg.
Puede parecer una contradicción que grupos nómadas -en total se calcula que hay 1,5 millones de tuaregs- que tradicionalmente han rechazado todo tipo de fronteras, se levanten en armas para crear un Estado, pero, explica Manrique, “la pobreza en el norte de Malí y la sensación de haber sido abandonados a su suerte por el Estado ha servido de caldo de cultivo para apoyar la rebelión con la esperanza de un futuro mejor”.
-- wwwformy vía Ipad
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