Pasé el pasado fin de semana en Londres. Hacía más de cuatro años que no iba. Y esta vez no me he encontrado con los españoles ni luchando con las máquinas de billetes de metro, ni regateando en los puestos de Portobello Market, ni sacándose una foto delante de una cabina de teléfonos. Esta vez estaban friendo patatas en McDonalds, sirviendo mesas en un restaurante indio en Soho o repartiendo octavillas en Oxford Street.
Chicos con una pinta estupenda, de entre 20 y 30 años. Ingenieros, realizadores de televisión, pilotos comerciales, abogados, incluso algunos con un máster ya en su haber. Comparten habitación con otros tres o cuatro, o casa con otros diez o doce, por entre 90 y 200 libras a la semana. Comen lo que pueden, pasan frío, trabajan mucho y lo pasan bomba, porque para eso son jóvenes. Y, por regla general, tienen dos cosas en común: una, que no ven futuro en España y prefieren trabajar de cualquier cosa en Londres mientras aprenden inglés. Dos, que su inglés es terrible.Lo han estudiado de los 4 a los 16 años en el colegio, pero apenas son capaces de chapurrearlo.
Nuestros chicos tienen que pagar antes el peaje de aprender un idioma porque nuestro país les ha falladoMe quito el sombrero con estos jóvenes que dejan en casa las comodidades y a los amigos para buscarse la vida en otro país. Pero mientras alemanes, suecos o portugueses de su edad pueden salir a buscar trabajo a cualquier parte del mundo ya armados para hablar la lengua de los negocios, nuestros chicos tienen que pagar antes el peaje de aprender un idioma, porque nuestro país les ha fallado.
Inglés, la asignatura pendiente
Se han escrito ríos de tinta sobre por qué a los españoles se nos da tan mal el inglés. Hay quien lo atribuye a la dificultad que supone aprender un idioma con raíces distintas a las latinas. Pero, en ese caso, hablaríamos bien el francés o el italiano, y no es el caso. También se habla mucho de nuestra exposición cultural a la lengua: como Franco decidió doblar las películas anglosajonas para poder censurarlas a su antojo, en España no hay tradición de ver cine o televisión en versión original.
Luego está aquello de que en nuestros colegios se trata el inglés como si fuese una lengua muerta, como el latín o el griego, y se da demasiado peso a la gramática frente a la conversación (entre otras cosas, porque hay pocos profesores nativos y/o que tengan un buen acento que transmitir a los chicos). O que aún hay poca tradición en nuestro país, dónde la enseñanza de inglés en los colegios es relativamente reciente.
Todos estos motivos son válidos pero, en mi opinión, insuficientes. Mi generación se ha llevado un chasco detrás de otro por no dominar el inglés y nos consta que la enseñanza del idioma en los colegios no es mala, sino peor. Y, sin embargo, asistimos impasibles al espectáculo de que nuestros hijos pasen por lo mismo, que salgan del colegio con un inglés ramplón, dejen la universidad habiendo olvidado lo poquito que sabían y se la peguen en cuanto se incorporan al mercado laboral, si tienen la suerte de poder hacerlo sin saber inglés, claro.
¿Cómo es posible que menos del 5% de los universitarios españoles domine el inglés? ¿Cómo puede ser que el 70% de los curriculums mienta sobre el nivel alcanzado en la lengua de Shakespeare? ¿Cómo hemos llegado a un punto en que un presidente del Gobierno detrás de otro ha de aprender el idioma a marchas forzadas una vez en el cargo?
Por alguna extraña razón, seguimos pecando de un chovinismo mal entendidoSólo se me ocurren dos explicaciones, más allá de nuestro pésimo sistema de enseñanza (análisis que daría no para uno, sino para decenas de artículos). Y, a riesgo de que me acuséis de que no se debe generalizar -lo sé, lo sé, hay muchas y muy honrosas excepciones-, me lanzo a darlas. La primera que, por alguna extraña razón, seguimos pecando de un chauvinismo mal entendido. Si hubo un tiempo en que tuvimos un imperio, el español es el tercer idioma más hablado del mundo y en España se vive de miedo, ¿por qué me voy a molestar en dejarme los cuernos en estudiar una lengua que ni siquiera me apetece hablar? La segunda, que generalmente se nos da bastante mal lo que exige esfuerzo a largo plazo. Si ya chapurreo y me entienden para pedir dos cervezas en un pub, ¿para qué intentar dominar ese idioma tan raro, lleno de phrasal verbs y que tiene doce vocales? Es más, me río de los que se esfuerzan por pronunciar bien, que son unos esnobs. ¿Qué es eso de decir Maícrosoft en lugar de Microsoft? ¿Estamos tontos o qué?
Y así nos va. En Londres nuestros hijos no pueden aspirar a servir mesas porque su inglés no da para atender al público y han de quedarse lavando los platos. Mientras tanto, en Madrid las aulas se llenan de adultos que quieren salir de España a buscar trabajo y su nivel de inglés no se lo permite. Ojalá aprendamos la lección, entendamos que no es una cuestión de capricho sino de extrema necesidad, y no condenemos también a la generación que viene. Porque no toda la culpa es del sistema educativo.
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